
Pujol: He de agradecer a las graciosas y simpáticas alemanas el nombre de Super-Bö ante la incapacidad de estas para decir Borja. Mira que es fácil pronunciar Borja, Bor-ja. Esto de ser extranjero es un coñazo. Está claro que hay que ser de España y más concretamente del País Vasco.
La mañana empezó de manera inusitada, ya que debido al viaje del día después nos despertamos a las 9:30, duchita rápida y fría, y de paseo por la capital del mundo.
Nuestra primera parada, después de nuestro amigo y a la vez enemigo (ya que nos da alcohol pero nos quita dinero) cajero, fue el museo Santa Sofía. Antigua iglesia, antigua mezquita, antiguo polvorín y actualmente, museo con un personal de restauración con capacidades nulas para mantener semejante espacio. Lugar de amplísima historia, el museo ha sido castigado durante los años. Pero a pesar de ello, en esta se podía atisbar las distintas corrientes religiosas y arquitectónicas que se han sucedido en el País.
En segundo lugar, dirigimos nuestra mirada hacia el fondo del jardín que se situaba justo al salir de la puerta del museo Santa Sofia. Entre los chorros de agua transparente, seis minaretes acompañados de una cúpula de estilo mezquita coloreaban de un azul más oscuro el claro cielo. Lugar llamado la Mezquita Azul. Dentro de ella, con un Dave disfrazado de bandolero y todos nosotros sin zapatos (como manda la tradición). Nos encontramos con una basta superficie dedicada al culto masculino (ya que existía una pequeña sala para las mujeres). El techo era de una belleza en ese momento incalculable, pero que luego no resultaría tan admirable. Dudamos entonces si quedarnos para ver el rezo del mediodía o seguir, y lo segundo fue lo que venció en la decisión.
Dave: Decidimos seguir con nuestro momento cultural (hay que aprovecharlos que no son muchos) y fuimos al palacio de Topkapi. Para aseverar nuestra mala suerte compobramos que justo ese día, cerraba.
Resignados comenzamos una caminata que nos llevo hasta el puente Galata. Pensando que al otro lado del puente estaba Asia, lo cruzamos y comenzamos con los típicos cánticos y danzas celebrando el cambio de continente. Grande fue nuestra decepción cuando nos enteramos que Asia no era ni de cerca, por lo que, tuvimos que posponer la celebración. Ya que estábamos allí decidimos subir a una torre (después nos enteramos que era la “Torre de Galata”) desde la que quedamos totalmente impresionados. Hasta donde alcanzaba la vista se veía ciudad, ciudad y más ciudad. Algo realmente monstruoso, y por todos lados surgían los minaretes, unos más grandes, otros más bonitos, pero todos ellos chocantes para los cuatro donostiarras.
Así que iniciamos el descenso (la ascensión fue durisima) y fuimos poco a poco hasta la mezquita de Suleyman, la que para mí es la más bonita y espectacular. Allí encontramos un pozo de los deseos, y decidimos consagrar una oración a otro Dios, Alá esta vez, con la intención de que esos 10 céntimos nos aseguraran la protección de otro Dios en nuestro viaje. Los cuatro lanzamos la moneda y, claro esta, los cuatro recibimos el castigo. Lo siguiente que nos pasó fue un desánimo tras otro, entre ellos, la perdida del Barrus.
Además de perder el Barrus, también nos perdimos nosotros mismos. Guiados por “Furïs Jones”, llegamos a lugares insospechados de Estambul. Momentos de tensión e incluso diré miedo, pero que nos enseñaron zonas de Estambul que de otro modo nunca habríamos visto, y nos sirvio para darnos cuenta, de que aunque todos aquí sean muy serios y parece que te van a hacer cualquier tortura, no son lo que parece, y siempre que pueden te ayudan. Amo al pueblo turco!! Con ayuda de sus indicaciones llegamos a un metro que nos dejo en la puerta del hostal. Prueba superada!!
Sigo escribiendo yo porque esta gente se está volviendo realmente vaga. Después del correspondiente aseo fuimos por ahí a cenar, como no, kebab. Después pululamos un poco por la noche de Estambul y nos sentamos en un lugar típico a pestuzar. Yo me tome un té de rosas (buenisimo) y cada uno de los demás otras bebidas estrañas, y el Sr. Boti y yo lo acompañamos de una pipa de tabaco de manzana que no pareció disgustar del todo al señor Puck.
La mañana empezó de manera inusitada, ya que debido al viaje del día después nos despertamos a las 9:30, duchita rápida y fría, y de paseo por la capital del mundo.
Nuestra primera parada, después de nuestro amigo y a la vez enemigo (ya que nos da alcohol pero nos quita dinero) cajero, fue el museo Santa Sofía. Antigua iglesia, antigua mezquita, antiguo polvorín y actualmente, museo con un personal de restauración con capacidades nulas para mantener semejante espacio. Lugar de amplísima historia, el museo ha sido castigado durante los años. Pero a pesar de ello, en esta se podía atisbar las distintas corrientes religiosas y arquitectónicas que se han sucedido en el País.

Dave: Decidimos seguir con nuestro momento cultural (hay que aprovecharlos que no son muchos) y fuimos al palacio de Topkapi. Para aseverar nuestra mala suerte compobramos que justo ese día, cerraba.

Así que iniciamos el descenso (la ascensión fue durisima) y fuimos poco a poco hasta la mezquita de Suleyman, la que para mí es la más bonita y espectacular. Allí encontramos un pozo de los deseos, y decidimos consagrar una oración a otro Dios, Alá esta vez, con la intención de que esos 10 céntimos nos aseguraran la protección de otro Dios en nuestro viaje. Los cuatro lanzamos la moneda y, claro esta, los cuatro recibimos el castigo. Lo siguiente que nos pasó fue un desánimo tras otro, entre ellos, la perdida del Barrus.


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