
Pujol: Nuestro despertar a la mañana siguiente fue tardío debido a la inutilidad del pregonero para poner el despertador. Nuestra habitación repleta de gente, ansiaba el aire puro que sólo en algunos lugares abiertos se consigue inspirar.
Después de una presurosa ducha partimos hacia aquello que todo el mundo deseó, deseo y deseará ver en Atenas y que nos da una imagen viva de lo que en una antigüedad lejana pudo ser
la convivencia y las relaciones humanas.
Como ya desde la noche anterior sabíamos perfectamente donde se situaba la entrada de la Acrópolis, fuimos de manera rápida hacia ello. Antes pasamos por las numerosas y bien adecuadas terrazas que se sitúan en la zona de la Plaka.
Una vez allí vimos el percal y la desilusión del grupo fue clara. Aquello que tan bello parecía a la luz de la luna con los focos de distintos colores iluminando esas ruinas de mármol antiquísimas; quedaba desprestigiado con el gentío de distintos países que abundaban en la meseta donde la Acrópolis se sitúa y con las numerosas obras, que con el objetivo de que Atenas estuviese de punto en blanco en los juegos olímpicos del siguiente año, se estaban realizando.
Aun así, la Acrópolis y, sobre todo, el Partenón es lo que es. Una obra arquitectónica de un valor incalculable e inmensamente bella, que de esta forma perdurará en nuestra retina, por lo menos
en la mía.
La visita seguía con el paseo por el Ágora, gran llanura en la falda de la Acrópolis donde existen monumentos y edificios que datan de la época griega y de la dominación romana. Esta parte poseía elementos mejor conservados, pero que no llegaban a la majestuosidad de lo visto hasta ese momento.
Acabada la caminata por esta última zona y queriendo encontrar un sitio para comer, encontramos un pequeño “bazar” donde estuvimos observando lo que nos ofertaban.
Después de comer nos dirigimos al hostal con la intención de descansar un poco viendo la TV. Con la suerte de que nos encontramos con una bellísima etapa de ciclismo, en la que un flojo Amstrong perdía unos segundos importantísimos sobre Ulrich. Ale Ulrich!!
Dave: Apunte a Pujol, al que se le olvida mencionar el fugaz encuentro que tuvimos en la Acrópolis con un trío arbitral español (creemos que el de “Rafa, no me jodas”). Me apunto con Pujol a decir que, aunque un poco desilusionados por obras y turistas, la Acrópolis me pareció fascinante.
Tras visitas y etapas ciclistas indagamos sobre los lugares para salir, y nos dirigimos hacia ellos después de ponernos “guapas” y quedar con nuestras amigas alemanas. Se llaman Lisa y Verena y nos han caído muy bien a todos, así que allí nos fuimos. Bebimos unas birrillas andando por la calle y no encontramos ningún lugar en el que poder demostrar nuestras dotes como expertos bailarines, así que nos compramos unas cervecitas más y nos subimos a la mencionada roca del Acrópolis, y allí charlamos y nos hicimos amigos de unos griegos guitarristas, muy a gusto.
Así que decidimos que ya estaba bien y acompañamos a las alemanas a su hostal, cuando de repente el todopoderoso tuvo a bien concedernos un don en forma de bar de copas de gente bailando. Por supuesto, los dones del señor no son baratos, y cuando vimos que una copa valía 7€ decidimos que con una valía (comentar que el boti hizo la del cuco, dejaba la copa vacía cerca de otra llena, y al rato cogía la llena). Allí dimos una exhibición de baile (todo el bar nos miraba) y el señor Pujol sentó cátedra en la materia, dejando boquiabiertos a todos los dioses del Olimpo. Así fue que ya cansados, dejamos a las alemanas en casa y volvimos (como pudimos) a nuestro querido “zulo” donde nos esperaban nuestros amados sacos. A dormir…!!!
Después de una presurosa ducha partimos hacia aquello que todo el mundo deseó, deseo y deseará ver en Atenas y que nos da una imagen viva de lo que en una antigüedad lejana pudo ser

Como ya desde la noche anterior sabíamos perfectamente donde se situaba la entrada de la Acrópolis, fuimos de manera rápida hacia ello. Antes pasamos por las numerosas y bien adecuadas terrazas que se sitúan en la zona de la Plaka.
Una vez allí vimos el percal y la desilusión del grupo fue clara. Aquello que tan bello parecía a la luz de la luna con los focos de distintos colores iluminando esas ruinas de mármol antiquísimas; quedaba desprestigiado con el gentío de distintos países que abundaban en la meseta donde la Acrópolis se sitúa y con las numerosas obras, que con el objetivo de que Atenas estuviese de punto en blanco en los juegos olímpicos del siguiente año, se estaban realizando.
Aun así, la Acrópolis y, sobre todo, el Partenón es lo que es. Una obra arquitectónica de un valor incalculable e inmensamente bella, que de esta forma perdurará en nuestra retina, por lo menos

La visita seguía con el paseo por el Ágora, gran llanura en la falda de la Acrópolis donde existen monumentos y edificios que datan de la época griega y de la dominación romana. Esta parte poseía elementos mejor conservados, pero que no llegaban a la majestuosidad de lo visto hasta ese momento.
Acabada la caminata por esta última zona y queriendo encontrar un sitio para comer, encontramos un pequeño “bazar” donde estuvimos observando lo que nos ofertaban.
Después de comer nos dirigimos al hostal con la intención de descansar un poco viendo la TV. Con la suerte de que nos encontramos con una bellísima etapa de ciclismo, en la que un flojo Amstrong perdía unos segundos importantísimos sobre Ulrich. Ale Ulrich!!

Tras visitas y etapas ciclistas indagamos sobre los lugares para salir, y nos dirigimos hacia ellos después de ponernos “guapas” y quedar con nuestras amigas alemanas. Se llaman Lisa y Verena y nos han caído muy bien a todos, así que allí nos fuimos. Bebimos unas birrillas andando por la calle y no encontramos ningún lugar en el que poder demostrar nuestras dotes como expertos bailarines, así que nos compramos unas cervecitas más y nos subimos a la mencionada roca del Acrópolis, y allí charlamos y nos hicimos amigos de unos griegos guitarristas, muy a gusto.

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