Estuvimos todo el día en la cubierta y parecía que las horas no pasaban. Había tramos en el que el paisaje era bello y la mirada se perdía en el mar infinito.
Por fin, llegamos a Patras, lugar que solo nos interesó para buscar comida. Hacía las 17:00 partimos hacía Atenas, el paisaje era bello a la par de curioso. En un lado, veías verdes montañas y en el otro aguas cristalinas. Lo curioso fue que el tren pasaba por el centro de los pueblos e inclusive separaba terrazas en dos.
Hay que hacer una mención aparte al tren que nos llevó a Atenas. Primero, porque traqueteaba constantemente y segundo porque como no existen barreras en los pasos de nivel, viajamos 4 horas oyendo los bocinazos que pegaba el conductor ¡¡Así no hay quien viaje!! Llegando a Atenas el paisaje se convirtió en industrial y feo.
Al anochecer, llegamos a Atenas y cogimos el metro para ir al hostal.
Dave: Escogimos un hostal un poco carillo y que no tenía las mayores comodidades, pero que esta situado en una calle finísima en el centro de Atenas y a 10 minutos de la Acrópolis andando. Después de la necesaria ducha salimos a hacernos los bocatas y compramos unas birrillas que fuimos bebiendo por las callejuelas de esta enorme ciudad. Caminando, caminando por las faldas de la montaña sobre la que esta situada la Acrópolis cuando vimos un grupo de gente subiendo a una roca. Decidimos seguirlos y nos encontramos con uno de los lugares más impresionantes en esta semana escasa que llevamos de viaje. El lugar en cuestión es una roca que se levanta a escasos 300 metros de la Acrópolis, la cual esta iluminada de una forma preciosa y con la luna saliendo a través de las columnas del Partenón, y girando la cabeza se veían las luces de Atenas, que con sus cerca de 3,5 millones de habitantes, se extendían hasta el horizonte.
Además en uno de los grupillos de gente que allí se reunía había uno tocando con su guitarra unas canciones muy adecuadas para el momento, y allí nos pusimos a pensar en Platón y toda la gente que podría haber pasado por allí con el transcurso de los siglos. Fue una sensación inmejorable, un momento de paz y relajación, se lo recomiendo a todo el mundo. Con el corazón alegre y las piernas cansadas volvimos al hostal a dormir, no sin antes el señor Pujol demostrase su terrible habilidad para realizar acrobacias sobre las superficies deslizantes. He de mandar desde este diario a un compañero que nos hizo compañía durante un breve espacio de tiempo pero que nos causo una especial simpatía: un perro callejero que nos acompaño por la Acrópolis. ¡¡¡Que la vida te sonría, mi canido amigo!!!
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